domingo, octubre 19, 2008

... de todas mis heridas

Abre tus garras y guía mi voluntad con tus espinas.


viernes, octubre 03, 2008

Diario de un hombre celoso

Me gustaría escribir acerca de una pasión humana y entre aquellas que he conocido más de cerca, la inspirada por los celos es la más intensa, y tambien la más misteriosa. A tal punto creo que los celos son misteriosos que quien ha logrado dominarlos y desterrarlos de su vida no merece llamarse humano. Para describir lo que una pasión significa no pude tener más fortuna que encontrarme con estas palabras de Sándor Márai: “La pasión no conoce el lenguaje de la razón, ni sus argumentos. Para una pasión es completamente indiferente lo que reciba de la otra persona; quiere mostrarse por completo, quiere hacer valer su voluntad, incluso aunque no reciba a cambio más que buenos sentimientos. Todas las grandes pasiones son desesperadas: no tienen ninguna esperanza, porque en ese caso no serían pasiones, sino acuerdos, negocios razonables, comercio de insignificancias”. Justo eso sucede con los celos, en cuanto más profundos o verdaderos son, más desesperados se vuelven. La vida se trastorna, el desosiego se instala en el espíritu como en una casa apunto de derrumbarse, se pierde la libertad y uno desea que el mundo se detenga un momento durante toda la eternidad: el tiempo deja de ser la suma de los movimientos para transformarse en ansiedad perpetua, en presentimiento de la muerte. A mi no me causa vergüenza revelarme como un hombre celoso, incluso me siento afortunado porque nunca antes había sentido la vida tan próxima, la respiración de un tigre en mi cuello o como el anuncio de la muerte más cruel. Al mismo tiempo sé que los celos son una señal del amor enfermo, el único que me interesa, el único que me lleva a sentir el peso de vivir. Quiero creer que un celoso verdadero no culpa a nadie de sus pasiones: sabe que jamás poseerá por completo lo deseado, pero no se conforma, al contrario, entra sin dudar a un bosque oscuro de donde jamás volverá a salir, conoce su destino y lo afronta con convicción, como un sentenciado que se ha acostumbrado a la imagen del cadalso.

Por otra parte, la vida cotidiana de un hombre celoso, como es mi caso, no conoce la calma ni la mesura: inventa rivales, desconfía de los perros, de las amistades más arraigadas, escucha merodear los pasos de los amantes por las noches, descubre sus miradas lascivas cuando el sol ilumina con más intensidad los rostros, resuelve enigmas, lenguajes que su mujer a construido a sus espaldas, encuentra vestigios de su traición en el menos de sus titubeos, y si esto no resulta, entonces la empuja a ser de otros, a no pertenecerle, a encarnar en su destino la tragedia enunciada. ¡Que manera tiene la vida de expresarse!, la más acabada de mis novelas carece de valor junto a las historias que imagino cuando ella se marcha. Es cuando más la deseo: cuando se convierte en ausencia que pesa más que una montaña. Y nadie, por más cuerdo o sabio que sea podrá convencerme de que no he sido engañado. Ella siempre estará dispuesta a ofrecerse, a ser mirada, a buscar la aceptación de su belleza, y lo que es peor: se hallará siempre dispuesta a cumplir hasta el más minucioso de mis temores. Que valor puede tener una pasión si no es desesperada, incurable, si no es siquiera capaz de echar a perder la vida de lo que más se quiere: tortuoso camino hacia la muerte, amor que sólo se consuela en la destrucción.

Sé que me he expresado con una vehemencia en exceso romántica, pero no encuentro manera más adecuada para describir una pasión semejante. La amistad es un servicio, un sacrificio en silencio que sólo duele cuando termina, pero los celos por una mujer nos dan noticias de la vida misma. En mi experiencia los celos interpretan el único amor posible, el que no se pervierte ni se vuelve mediocre: deseo entrar en ella por toda la eternidad, deseo habitar mi propia casa, mi cobijo, y tengo miedo de que los enemigos ocupen mi espacio mientras duermo ¿No es acaso este uno de los sentimientos más humanos? Pero los celos te condenan a la soledad, a encarnar a un ser incompleto que nunca conocerá la paz. Afrontar una pasión verdadera, sumergirse en ella es comprender el mundo de la naturaleza humana y saber que una pasión no se domina, acaso se aprende a vivir bajo su sombra

dia siete
Guillermo Fadanelli