lunes, noviembre 29, 2010

El Baccarrá en la noche



¿Quién me engaña en la noche, y aúlla
pidiéndome que salga, que salga a la calle y camine,
y corra, y atraviese las calles como perro rabioso
las calles desiertas en que es siempre de noche,
buscando locamente el baccarrá en la noche?

¿Quién despierta, qué hembra mortal o pájaro para decirme
que aún vivo, que aún deseo, que tengo
todavía que imprimir una última dirección a mis ojos
para buscar el baccarrá en la noche?

¿Qué uñas escarban mi vejez, y qué mano que no perdona
tortura mi muñeca, conduciéndome
como a un lugar seguro, al baccarrá en la noche?

¿Qué mano de madre, qué oración susurran
luna tras luna los labios de la luna
gritando en medio de la calle a solas
descubriéndome en la acera, denunciando a todos
mi testamento secreto, mi pavor y mi miedo
sin descanso de encontrarme, no sé si hoy quizás, tal vez mañana, jugando
ya para siempre al baccarrá en la noche?

Leopoldo Maria Panero




lunes, mayo 24, 2010

Fe de erratas



Todo le hace aire a una vela encendida: un secreto que se entrega sin ser pedido le hace aire; los días felices, entre más ajenos, le hacen aire; una mirada indiscreta, una explicación sin sentido, una palabra mal escrita, un reptil, un limón, la distancia: todo le hace aire a esta vela encendida.

Los amantes están para aniquilarse. Van de la mano para decirle al mundo que se despiden. Se ven a los ojos para descubrirse ojivas nucleares y repiten versos de amor, el uno al otro, para que tenga sentido el acto de la separación. Los amantes visten de luz mientras se puede, y después apagan su circo sin hacer ruido (para evitar la vergüenza), cuando los caballos y los perros amaestrados y los elefantes y la trapecista y los tigres y el payaso duermen.

Todo le hace aire a una vela encendida: aquellos gatos, el recuerdo de un tapiz, un retoño de hiedra, una mesa de tres patas; los momentos idiotas que nadie mete en currículos y mucho menos en biografías; el olfato del que ya no te mira, la pericia del que ya no te toca. Todo le hace aire mientras dure la cera, en tanto tenga vida el pabilo.

Nadie habla de pájaros encerrado en un cuarto. Nadie llora cuando va por el parque. ¿Quién celebra la casualidad de encontrarse? Los amantes. ¿Por qué entonces se esconden las llaves? El amor receta enfermedades; los amantes son el primer estornudo.

Todo le hace aire a una vela encendida. Esta sopa y el picadientes; el cigarro que sacudo furioso y la ceniza que se le separa con rabia; aquella película que vimos juntos y las que están en cartelera; el cerro de dramas y las palabras que escupimos; el rostro de la niña que me observa; la gente hermosa de los autos y los feos que están afuera; los minutos con los perros; el sol que cae con tequilas y cerveza. Todo le hace aire, y más usted cuando respira.

La metástasis se vuelve una costumbre.

Ayer vivía una fe de erratas. Hoy la escribo.


Hasta atras
Alejandro Paez Varela


domingo, enero 10, 2010

Olvídalo. Deja que la carne instruya a la mente...



Sus labios eran rojos, su aspecto era libre, sus rizos eran tan amarillos como el oro, su piel era tan blanca como la lepra. Ella era la pesadilla, la-muerte-en-vida que espesa la sangre del hombre con el frío.

»Ella me sonrió desde una esquina distante, una pizca de seda amarilla visible un momento en la angosta oscuridad; luego desapareció. Mi compañera, para siempre...

»Me fui entonces a la rué Domaine y pasé rápidamente ante las ventanas a oscuras. Una lámpara se extinguió muy lentamente detrás de una gruesa pantalla de lazo, y la sombra del diseño se expandió sobre el ladrillo, se debilitó y luego terminó en la oscuridad.

»Continué adelante, acercándome a la casa de Madame Le Clair, oyendo los violines chillones pero distantes de la sala de arriba y luego la aguda risa metálica de los invitados. Me quedé frente a la casa, en las sombras, viendo a un puñado de ellos moviéndose en las habitaciones iluminadas; de ventana a ventana caminaba un huésped, con un vino en la copa pálido como el limón, y su cara miraba la luna como si buscara algo desde una mejor posición, y finalmente la encontró en la última ventana, con su mano sobre el oscuro cortinaje.

»Delante había una puerta abierta en el muro de ladrillos y una luz caía sobre el pasillo al que daba acceso. Me moví en silencio por la calleja angosta y me encontré con los espesos aromas de la cocina que subían por el aire más allá de la puerta. El olor, apenas nauseabundo para un vampiro, de la comida hecha. Entré. Alguien acababa de cruzar el patio y la puerta trasera. Pero entonces vi otra figura. Estaba al lado del fuego de la cocina: una negra delgada con un pañuelo brillante en la cabeza; sus facciones estaban como talladas de una manera exquisita y brillaba a la luz como una figura esculpida en diorita. Revolvió la comida en la olla. Atrapé el perfume dulce de las especies y el verde frescor de la mejorana y del laurel, y luego en una oleada, vino el hedor horrible de la carne cocinada, la sangre y la carne descomponiéndose en los fluidos hirvientes. Me acerqué y la vi bajar su larga cuchara de hierro y se quedó con las manos sobre sus caderas generosas; la blancura de su delantal acentuaba su talle pequeño y fino. Los jugos de la olla hacían espuma y escupían sobre los carbones encendidos de abajo. El oscuro olor de la mujer me llegó; su perfume picante, más fuerte que el de la mezcla de la olla, me pareció casi prohibido cuando me apoyé en las paredes de las enredaderas. Arriba los violines agudos empezaron un vals y los pisos de madera crujieron con las parejas de bailarines. El jazmín del muro me rodeó y luego se alejó como el agua que deja la playa impecable y limpia. Y nuevamente sentí su perfume salado. Se había ido a la puerta de la cocina y tenía su largo cuello graciosamente inclinado mientras miraba debajo de la ventana iluminada.

»—¡Monsieur! —me dijo, y salió entonces al rayo de luz amarilla. Ésta cayó sobre sus grandes pechos redondos y sus largos brazos sedosos, y sobre la larga y fría belleza de su cara—. ¿Está buscando la fiesta, señor? —preguntó ella—. La fiesta es arriba...

»—No, querida, no estaba buscando la fiesta —le dije al salir de las sombras—. Te estaba buscando a ti.


Entrevista con el vampiro
Anne Rice





Walking beneath the street lights
Curling on the shady road
Remote from disorder
Nighttime ease cures my soul

So nicotine has been my dine
Somehow, I'm dragged into a strange blue
Maybe the picture near my bed
Something made me think of you

Leaving the tomorrow behind, I am wandering
To meet your ghost at some lightless corner
My eyes are strolling in the cold, but I'm warm
Hope you join me through the night

viernes, enero 01, 2010

La bruja de Abril



En el aire, sobre los valles, bajo las estrellas, sobre un rio, un estanque, un camino, volaba Cecy. Invisible como los nuevos vientos de la primavera, fragante como el aroma de los tréboles que se alzaba en los campos a la tarde, ella volaba. Se deslizaba en palomas suaves como el armiño blanco, se detenia en los árboles y vivía en los capullos, abriéndose en pétalos cuando soplaba la brisa. Se posaba en una rana verde, fresca como la menta, a orillas de un charco brillante. Trotaba en un perro Zarzoso y ladraba para oir ecos que venían de graneros lejanos. Vivía en las nuevas hierbas de abril, en suaves y claros líquidos que se alzaban de la tierra de almizcle.

Es primavera, pensaba Cecy. Esta noche estaré en todas las cosas vivas del mundo. Ahora vivía en grillos claros en los arroyos de alquitrán de los caminos, ahora caía como el rocio en una verja de hierro. Era la suya una mente que se adaptaba con rapidez, y volaba invisible en los vientos de Illinois esta noche única de su vida. Acababa de cumplir diecisiete años.

— Quiero enamorarme -dijo.

Lo había dicho a la hora de la cena. Y sus padres habían abierto los ojos y se habían reclinado tiesamente en sus sillas.

— Cuidado -le habían aconsejado-. Recuerda que eres una criatura notable. Toda nuestra familia es rara y notable. No podemos mezclarnos o casarnos con gente ordinaria. Perderíamos nuestros poderes mágicos si lo hiciésemos. ¿No te gustaría no poder "viajar" por medios mágicos, no es verdad? Entonces, cuidado. ¡Cuidado! Pero en su alto dormitorio, Cecy se había perfumado la garganta, y se había tendido temblorosa y aprensiva en su carruaje de cuatro caballos, como una luna de leche que se alza sobre los campos de Illinois, transformando los ríos en cremas y los caminos en platino.

— Sí -suspiró-. Soy de una familia rara. Dormimos de día y volamos de noche como cometas negras en el viento. Si lo deseamos, podemos dormir en un topo durante el invierno, en la tibia tierra. Puedo vivir en cualquier cosa: un guijarro, una flor de azafrán, o una manta religiosa. Puedo abandonar mi cuerpo simple y huesudo y lanzar mi mente a la aventura. ¡Ahora!

El viento la llevó sobre campos y praderas.

Cecy vio las cálidas luces primaverales de mansiones y granjas que brillaban con colores crepusculares.

Yo no puedo enamorarme porque soy sencilla y rara, pero me enamoraré por medio de alguna otra, pensó.

En los campos de una granja, en la noche de primavera, una muchacha de pelo oscuro, de no más de diecinueve años, sacaba agua de un profundo pozo de piedra, y cantaba.

Cecy cayó -una hoja verde- en el pozo. Se tendió en el tierno musgo del pozo, mirando hacia arriba en la sombría frescura. Luego se animó en una palpitante e invisible ameba. ¡Luego en una gota de agua! Al fin, en un tazón frío, se sintió llevada a los tibios labios de la muchacha. Se oyó un suave y nocturno sonido; la muchacha bebía.

Cecy miró el mundo desde los ojos de la muchacha. Desde el interior de la oscura cabeza, desde los ojos brillantes, miró las manos que tiraban de la tosca cuerda. Escuchó a través de las orejas de caracol el mundo de la muchacha. Olió un particular universo por la delicada nariz, sintió que aquel corazón especial batía y batía. Sintió que aquella lengua extraña se movía cantando.

¿Sabrá que estoy aqui?, pensó Cecy


Las doradas manzanas del Sol
Ray Bradbury